como el gris del carboncillo
dibujando en el reverso del periódico
volutas y contornos por hacer alguna cosa
para ver pasar las estaciones,
incluso ferroviarias,
sin saltarle la tapa de los sesos
al grillo impertinente empecinado
en desvelar las medianoches
y también las madrugadas,
o dejar tranquilo al grillo y,
siendo al fin ecuánime,
aplicarte el tratamiento.
Y en eso estaba yo.
Tejiendo y destejiendo caracolas
liando una madeja de neuronas inconexas
en la puerta de una “gare” afrancesada,
-un poco “demodée”-
con el tedio pintado a desconchones en paredes
o en los párpados enrejados tras carámbanos de inercia,
la vida
-¿qué,
si no?-
colgada entre paréntesis.
Y . . .
ahí estabas tú
apareciendo de la nada
plantada en un semáforo
partiendo el asfalto en dos mitades
acercándote resuelta, directa la mirada a mis pupilas
disipando brumas pertinaces
intuyéndote aún sin conocernos.
Luego . . .
millares de palabras al filo de una copa de ribera
y un pollo teriyaki de testigo en la frontera del Salero,
el lenguaje de los gestos percibido entre penumbras
travellings difusos de la gente pululando alrededor
y una única secuencia contigo en plan protagonista
hasta romperme el encofrado, derretirme
y trazar un surco nítido en el suelo de madera
borrando los segmentos de memoria.
Y así sigo,
sentado
en la esquina de una nube
aterrado
y aterido, los pies en el vacio
expectante en el techo la galaxia,
expectante en el techo la galaxia,
el
corazón fuera de sus límites
esperando
amaneceres que te acercan
cobijando
voraces mariposas
con un
nudo en la boca del estómago
que me
cuenta sin ningún interrogante
diáfano
y campante
lo que
ahora trato de decirte
tal como lo siento.
tal como lo siento.
(diciembre/enero 2010-2011)
Jose Luis Moreno Sala